miércoles, mayo 31, 2006

Matrimonio del cielo, Matrimonio

Foto: Mario Bossi



Caracol de barro y paja,
henchido el pecho,
altiva la cabeza,



miro desafiante
al viento helado del sur
por cortarle todas las entradas.




Sagrado es mi refugio
y el de mi crías;
matrimonio del cielo,



matrimonio.



Santifico el humus repleto de Aleluyas
y elevo mi canto por el horizonte ese,
el de las lombrices.








© Juan José Mestre Posted by Picasa

Hay el azul

Adagio dancer Stephanie Shaw
warms up backstage
before a recent performance
of the Tropicana's "Folies Bergere."









hay el canto y la locura
el milagro y el misterio
de la brisa y de la niebla



hay un sollozo y hay la vida
incrustada en los espejos
(narcisista en el atisbo receloso)



del espacio
que puede hacerle sombra
en el umbral del Tiempo



hay un inicio
un final
un entretanto



la sangre de Dios,
el arte,
esa melancolía por lo excelso



que muere en aras de un responso
-vitral encendido en soles-
cuando el azul


vuelve al lógico desvarío de ser aguamarina tácita en el adagio






© Juan José Mestre
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martes, mayo 30, 2006

Raso y rosa



Una candela murmurando lumbres
al viento de la noche,

un poema olvidado grita sus parábolas
a las ondas del lago indiferente,

la inquietud de las camelias
por la ausencia,

duermevela que semeja vigilia
al pie del gimiente lecho,

el raso que espera a la rosa
y ella no viene.




© Juan José Mestre
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lunes, mayo 29, 2006

Si pudiera

Si pudiera

soñar

y esperar

apatías desbordadas

el abismo no sería

más profundo

que esa suave angostura del valle

con su inocente espera.




© Juan José Mestre














Romboide

Un vértice es

el comienzo, la convergencia

del Todo con esa terca mueca de la Nada

que busca con loca ceguera el ángulo opuesto

por cumplir su único objetivo, incrédulo delfín de un reino

que no existe ni siquiera en la inaccesible y abrupta inexistencia del orden.

Infiel vaticinador del nihilismo, la negación de los propios límites lo atrapa en sus redes.
No hay más por hacer.

Dejar que se expanda y se expanda en su propio vórtice irracional es lo adecuado.

Que decaiga el lumen, que el flujo de lo oscuro sea el castillo donde fije su libre y esclavizante

morada. Nuestros límites son otros. Queremos el brillar de las candelas,

el grito de las aves y los niños, la piel ajada y temblorosa de los viejos,

el frescor del río con sus sauces, la Oda a la Alegría,

los mirasoles de Van Gogh y un poco o mucho

de tristeza por el amor y por la muerte.

Este ángulo es el de arriba o el de abajo.

Da igual: una ecuación de incógnitas

y certezas cierra el vértice

inferior

y a la vez lo abre.






© Juan José Mestre








Charmé



¿En qué piensas?


El rocío de tu piel perfuma iridiscente la floresta.

El regocijo de tu pelo vuela por la blanca tarde.

La ronda de los gnomos te protege subyugada.

Flor silvestre, doncella del plateado,



¿en qué piensas?



Si todos los embrujos culminan a tu paso

y luego mueren extasiados,

si los pájaros unifican sus cantos

para remedar tu armonía y el crepúsculo

cae en mil luces de luciérnagas,



¿en qué piensas?



© Juan José Mestre


viernes, mayo 26, 2006

Lamentación

"Elegía", óleo de Diego Martín Díaz



Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé.



Con este cielo que no es cielo

sino una masa amorfa y cenicienta,

respiro el ácido olor de tu mortaja.



Las aves penitentes por el instintivo canto

y la luz que no es luz, mas sí plañido,



un redondel de tierra

o un rectángulo

cobijarán tus huesos este día

con una estaca por cruz y las campanas;




nada podrá detenerme,



nada.



Cuando mi corazón sangre su última gota

estará junto al tuyo, seco y sosegado.



© Juan José Mestre

jueves, mayo 25, 2006

Prosa en fuga

Huir de lo esperado. Convertirse en esclavo de lo imprevisto. Besar los labios distantes de un planeta. Creer que la noche es algo más que un sueño huraño que alientan las sombras. Sentir el encanto de andar sin rumbo con la lluvia penetrando verbos olvidados. Ver en los árboles el remedo de la súplica inmóvil de lo que no será escuchado y creer todavía en el mañana. Ser un errante de la espera y no declinar las apetencias de ilusiones. Recorrer las olas en busca de sirenas. Oír sus cantos y sucumbir ex profeso en las ineluctables sugestiones. Fantasear con la música del viento entre violines. Ser libre a pesar de todas las cárceles. Derrumbar celdas y abrir infinitos.

Franquear umbrales sin preocuparse por los escollos, descubrir que todo es inciertamente bello.



© Juan José Mestre

martes, mayo 23, 2006

La visita

Un canto disipado, casi orgiástico, luz sin color en las penumbras de la carne, gemido gutural como el placer arrancado del vientre de las bestias se oyó de pronto en la urbanidad que se convierte en selva. Alguien estaba penetrando a alguien. De lo que nadie se percató, atraídas las almas por el voyeurismo oculto y pudoroso, fue del trágico silencio que siguió después, cuando la muerte pasó subrepticia por la acera quejumbrosa.



© Juan José Mestre

lunes, mayo 22, 2006

Teorema

Tres polos,

exacta posición

del abstracto punto

fuera de órbita.


La nada es más precisa que el olvido.


Un triángulo

es la expresión máxima

del límite.


Mas, también,

puede formar un círculo

que encierre tanto lo recóndito

como lo cercano.


La tesis nunca se termina:

el triángulo gira eternamente.


Nada y olvido se fusionan,

lo recóndito y lo cercano se disuelven.


Es el final.



© Juan José Mestre

domingo, mayo 21, 2006

Instante liminar


Fotograma del filme Mi pie izquierdo

En el instante liminar que lo trastoca todo, sacudo mi cansancio igual que un perro lo hace con sus pulgas. No alcanza y se sabía. Es el agobio milenario de ver-sentir-sudar la terrible congoja de no haber aprendido la lección de estas tardes llenas de apatías. Lucho con los fantasmas de siempre, la rigidez de mis músculos, la soledad que nunca es poca, el quedo transcurrir hacia el poniente, la furia de mis dedos aporreando el teclado. Me levanto de la silla y casi no puedo moverme: es el designio de los tiempos que me tira hacia el pasado y no permite más que el tipeo de esto que no es nada. No es vida, no es impulso, no es nada. Es -eso sí- un dolor insoportable que me recorre el cuerpo, que pienso en María y las inyecciones de hierro y B12 en la espalda y un espasmo de agobio recorre el alma y no quiero no quiero no quiero. Digo no a esta lucidez que me hace perder lo único bueno de ser chico: esa fantasía de creer en algo más que en las jeringas y brebajes, que hay algo mejor que los cayos en la espalda cuando el culo no deja lugar para otra pústula. Un gorrión descolocado canta en mi ventana. No es hora de cantos, sino de letanías. Aquellas que vienen desde que mi conciencia es tal. Letanías de voces que se agolpan para que la mezcolanza sea menos soportable, para que la mente pegue un brinco y se rebele con dolor en los occipitales, para que las tripas se retuerzan en busca del presente, no porque sea mejor: es que al menos me pertenece. Así como la calma de la tarde calurosa, quizá con los gritos de los hijos que nunca tuve. Tal vez con el sueño prestado de caminar libre por las calles con alguien a mi lado. El agobio sigue. También los fantasmas. Después de casi cincuenta y dos años, uno termina un poco más calmo y piensa que al fin y al cabo le quedan pocas pulgas...

© Juan José Mestre

La pelusa en el ombligo

Es sencillo: no podemos luchar contra nuestra propia humanidad. Se nos hace creer que somos invencibles e infalibles. El prefijo "in" se ha convertido en el apotegma de la época. La negación de la maldad es moneda corriente. Si alguien mata está loco y por lo tanto es inimputable. En realidad, los locos pueden llegar a matar, pero no es lo común. Son locos, no asesinos. Este ejemplo demuestra acabadamente la estimagtización de unos en aras de la negación. Todos somos buenos. Todos tenemos atenuantes. Estamos equivocados. O somos víctimas del neoliberalismo de los noventa. Es cierto. Pero nadie habla de la maldad ontológica. Nadie -o casi nadie- dice que un tipo mató a otro simplemente porque es un reverendo demonio. ¿Se dan cuenta hasta dónde llega la cosa? Por explicar algo que está clarísimo en mi mente, di un giro irrevocable hacia el misticismo. Es que la crisis de valores se ha llevado hasta los disvalores. La maldad intrínseca de lo humano entre ellos. Porque somos bipolares. Capaces de lo más excelso a lo más abyecto. Si somos buenos, ¿por qué motivo, causa o razón negamos la maldad? Hasta la Real Academia Española carece de una definición exacta de maldad. Veamos lo que dice: "Cualidad del malo" y si nos fijamos en este último vocablo hallamos esto: "Que se opone a la razón o a la ley" recién en la tercera acepción. De ontología, nada.

Es que todo esto de la cultura hueca, mediática, advenidiza, facilista, que todo lo estereotipa en aras de la ideología de lo estúpido, todo lo que tienda hacia el mal es enfermo. Conceptualmente, nada más erróneo. Puede haber enfermos que maten, violen, ultrajen o lo que fuere. En ese sentido, tales acciones importarían "síntomas" del trastorno que padecen. En el mismo sentido, se puede tomar a un individuo que por pura maldad comete verdaderos estropicios tales como mutilar, aplicar tormentos y otras hazañas.

Pero sin llegar a estos extremos, ¿nos hemos puesto a pensar en la cantidad de maldades que cometemos a diario por el solo hecho de ser humanos? Mezquindades, egoísmos, apetencias personales que prevalecen sobre cualquier clase de altruismo, competencia estéril, envidia, celos del otro...

Es que caminamos con nuestra humanidad a cuestas y muchas veces nos pesa mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir. En este punto es que comenzamos a camuflarla. En este punto comienzan los justificativos para descargar culpas en el próximo, a esconder la tierrita debajo de la alfombra y a expulsar con vergüenza la pelusa del ombligo.

© Juan José Mestre

La libertad en círculos



Tropas británicas en la batalla de El Alamein

Don Tadeo Kafel fue para mí uno de los personajes más entrañables que por esos caprichos de la vida pude conocer. Si la libertad personal busca en los vericuetos de mi mente un ejemplo válido para ser mencionado, siempre cae en la imagen de ese hombre duro y amoroso llegado de Inglaterra.

Viajero del tiempo y del impulso vital que lo movía, recaló en miles de puertos hasta que anclaron sus raíces en Venado. De su Cracovia natal sólo quedaban las esquirlas del nazismo y un ignoto deseo de ver a su Polonia libre, lo lanzó hacia catorce países del África, enrolada su vida en las filas inglesas.

Después, cuando todo lo negro de la guerra había quedado en el cofre sagrado del recuerdo, conoció el bello y manso rostro de Zulema Santos. Y muy simplemente, se casaron. Se casaron con ese amor que no sabe de las barreras del idioma y sí de los puentes del encanto.

Hablando de puentes, siempre recordaba en sus charlas y con su dificultad para llamarme Juancito, que su casa natal estaba tan sólo a diez cuadras de la de Karol Wojtyja y las tumbas de sus progenitores ven el sol de cada día en sendas parcelas contiguas en el cementerio de un pueblo cercano a la ciudad donde crecieron.

La vida de Don Tadeo fue simple: simple como la de cualquier inmigrante que recibe la Argentina, que se brinda generosa como una madre, pero exige de sus hijos trabajo y más trabajo para mamar la leche de sus senos. Primero como mecánico, como transportista luego, la existencia se fue macerando en esfuerzos, prodigando en el día a día, en cada una de sus jornadas, en cada curva y cada atajo, en cada gota de la voluntad inquebrantable de ese querido viejo que fue mi amigo.

Hoy conservo de él unas estampitas de Juan Pablo II, otra de la virgen negra de Chestokowa y un llavero con la imagen de un auto de fabricación polaca que me regaló al regreso de su primer viaje que realizó a su patria, allá a finales de los ochenta.

Pero si he de hablar de legados, este hombre que casi siempre hizo lo que quiso, me dejó su ejemplo de lucha y su fruto más preciado en la mirada y la sonrisa de María Elena, su hija; María Elena, mi amiga y hermana.



© Juan José Mestre


viernes, mayo 19, 2006

Crepúsculo


No es que haya entregado las armas.

No quiero sustraerme al brillo de la plata.

Me niego a apartar la mirada clavada en los reflejos

del ébano,

a los vitrales ausentes,





al canto de las campanas llamando a misa,

a la tarde que colorea de opacos

la caída de los dioses,

al entrecejo que duele por tanta fijeza.



Cuando la total oscuridad me envuelva,

estaré presto a dar batalla:

catapulta de hielo será mi alma

por derrotar al maldito fulgor de tu mirada.




© Juan José Mestre

Foto: © Liliana Muente

jueves, mayo 18, 2006

Bipolar

Entre los ruidos de la noche

deambulo


merodeo

por las barras árticas


en busca

del polo opuesto


octavo factor elocuente

del perigeo


rasante

en el cielo de la memoria


apogeo

insidioso en el embrujo del olvido




© Juan José Mestre

Habremos descubierto el fuego




"El día vendrá cuando,

después de conquistar el espacio,

los vientos, las mareas y la gravedad,

nosotros conquistaremos -en el nombre de Dios-

las energías del amor.

Y ese día, por segunda vez en la historia,

habremos descubierto el fuego."

Pierre Teilhard de Chardin

El día amaneció oscuro. Un ominoso plomo se había apoderado del cielo. El paisaje, a simple vista, no variaba en mucho de lo que es un día otoñal. Sólo que algo estaba mal en el entorno. La luz adquiría esa tonalidad que era temida por todos. Por todos, también, recorría el escalofriante frío de un mundo sin esperanzas. Ya se sabía que el círculo estaba completo. Tanto se hizo que, al final, la agonía había llegado como la baba de un sapo para encarcelar la serpiente. El epílogo estaba cerca: unos minutos más y el odio se habría fagocitado toda la doliente y pesarosa humanidad en su propio ocaso. No se sabía si nos sería otorgada la gracia de un nuevo amanecer. En cualquier caso, sólo una salida se presentaba viable en la derrota: comenzar de cero. Tal vez, la historia tenga un génesis más piadoso que esta ruinosa suerte instigada por el egoísmo.

© Juan José Mestre

miércoles, mayo 17, 2006

La Infamia




Uvas maceradas en bilis,

-desesperanza inacabable

en el sabor huraño del ultraje-,


ázimo pan que se muerde y es arisco,

canto de los salmos en ofrenda de la sangre,


brusco despertar de los estigmas

cuando ya no se tienen más que llagas devoradas


por el fuego

el dolor

y la ignominia.




© Juan José Mestre

martes, mayo 16, 2006

Oráculo




Oráculo
LUIS AYALA HERMOSA

artista ecuatoriano

Cuatro brujos lo vaticinaron:

en la última sombra de mi vida

surgiría del abismo una medusa;


anoche me acerqué al borde

y un movimiento tranquilizador

de la brisa en sus cabellos


me anunció que –pronto- la diana

entonará sus notas de alivio

sobre mis huesos.


La luna tenía un brillo extraño…


© Juan José Mestre

lunes, mayo 15, 2006

Con el céfiro

Con el céfiro inmortal entre los sauces,

la palabra del alba apenas murmurada,

el canto de tres gallos

que el eco ancestral eleva a nueve revelaciones,

una señal en el universo púrpura

persistiendo en los olivos

tras el aceite ungiendo glorias cándidas

y el agua depurando trovas,

la luz se mece,

enzarzada en sus sacros resplandores,

para entonar la garganta de este día.


© Juan José Mestre

domingo, mayo 14, 2006

Entre dos



Poesía Digital Entre Dos

Con

Milagro Hack



El encanto

El encanto de una imagen

apenas intuida,

la bucólica sensación

de ser el árbol deshojado

tras la ventana,



un rostro

que deviene en mudanza de acertijos,

ese extraño efecto del cristal

resbalando titubeos del olvido…


© Juan José Mestre

viernes, mayo 12, 2006

No es que lo no sepa


No es que no lo sepa,

es que puedo inventar el trémulo milagro

del junquillo en las manos de mi madre.


No es que no lo sepa y que pueda.

Es que está, se ve, se palpa, se huele.


Sólo unas manos.


Un tallo mutilado con amor.


Y la calma alegría de sus ojos

por lograrlo.

© Juan José Mestre

jueves, mayo 11, 2006

Devociones

A John Donne

Mito de los mitos, el hombre se escurre en raudales de sangre por la porfía de la vida. Lejanos, los espejos se rompen, solitarios. No hay nadie completo, íntegro en sí mismo, que construya puentes hacia el otro. Todo es abismo, cruel necedad en busca de nada. La bruma funde las siluetas cuando el sol alcanza el cenit. Cuando el sol alcanza el cenit, la humanidad toda se convierte en un espectro indiferente, imbuido de ostracismo. ¿Qué sentido tiene vernos como islas? No lo somos. No se oye la música suave de la tierra entre tanto egoísmo. No se ven los ojos del hermano que llora ni el mirlo se escucha con su canto. No se siente la vida entre tanta muerte. No se vive ni se muere en este ungüento insípido de huesos y vejamen. Por eso, no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti.

Cursiva: Cita de John Donne

© Juan José Mestre

miércoles, mayo 10, 2006

Me duele

Me duele la ausencia,

el silencio,

el viento que no amaina.


Aquella sonrisa en los labios del poniente,

el azahar sin naranjos,

herido,

doliente en sus rosados.


Esa terquedad de la muerte,

lo claro de la luna,

lo oscuro del día cuando escarcea,

presuntuoso,

las pátinas repetidas.


Me duele esta sinalefa huérfana e inútil,

ajena al hoy, asqueada del mañana,


sedienta de beber sangre,

hambrienta de comer furia.






© Juan José Mestre

martes, mayo 09, 2006

Si es un sueño la vida


Si es un sueño la vida,

es una sublime irrealidad rota

en los cristales.


Cuando un árbol

florece en primavera, el otoño lo adormece

en la serena cuna de dorados y grises,

justo en la plenitud de su follaje.


En el momento en que canta una calandria,

el cielo silencioso cautiva ese rito con azules abstraídos.


Todo es un perpetuo ciclo de quimeras y utopías.


Al final, sólo dos palabras cobran dimensión de vida:

esperanza y renacimiento.

© Juan José Mestre

lunes, mayo 08, 2006

Baruj y yo

Descuajado de la vida y de la muerte,

voy como Baruj,

hacia el olvido.


Herético él como ninguno,

me acompaña con su expiación

del día a día.


El peor de los yerros fue perpetrado:

ser fieles a lo que los demás no aceptan.


Es por los demás

-precisamente-

que vamos hacia el estertor postrero,

en calma y sin batallas.


Que hagan cuantas tumbas quieran;

¡no nos pertenecen, no son nuestras!

tal como les toca a los descastados.



© Juan José Mestre.

Rutinas y otras sendas

Rutinas y otras sendas, tan rutinarias como las consabidas nieblas de otoño, tan asequibles como esa inquietante quietud del ser en duermevela, tan provocativas a la hora de recorrer sus trazos circulares, tan pertinentes a la hora del cansancio y de la muerte, hastío del camino ansioso por dormir al final de los esteros que la existencia implanta para no florecer ante los ojos de nadie, tan rígidas sus huellas, tan escindidas en atajos que los brazos se abaten infecundos en el dolor del agobio que los sauces hunden en la noche, cuando un fugaz sosiego nos da esta vida, impenetrable en sus misterios.

© Juan José Mestre

domingo, mayo 07, 2006

No te vayas de mí







No te vayas de mí. No te alejes. No permitas que la muerte se apodere de tu ser para dejarme yermo, estepario en un desierto de negros vientos desolados. No invadas con espadas de hielo aquellos lugares que protejo con la tibieza del encanto enamorado. De la vida en flor que me legaste. De la dulce noche sin estrellas pero contigo. No consientas al desdén que lo derrocharía todo: el destierro de la flor acabaría con las fragancias nuestras, sería desaguar las fuentes en las cuales saciamos nuestras ansias, caminar por senderos sin destino, soñar con sueños perdidos en ofuscados umbrales de nada.

No te vayas de mí. No es tiempo todavía. Quedan unos pocos ocres para mudar en dorado, si es que quieres...

Si es que quieres, podemos inventar la vida nuevamente. Hacer un barrilete de encantos y que los recoja el cielo de esta tarde que comienza a hurtarse las horas y los matices del otoño. Escribir unos versos, unos pocos, y recitarlos en voz baja, cómplices de un poeta taciturno que enarbola palabras y destellos de sombras para derrotar al desamor reincidente. Decir que estamos juntos, alucinar con los mañanas, gritar que somos locos. Que la locura es mejor, mucho mejor, que cualquier cosa.

No te vayas de mí, siempre que quieras.


© Juan José Mestre

sábado, mayo 06, 2006

Locos de amor

Se amaban con locura. Con una locura que iba más allá de cualquier límite. Tanto era el amor que se profesaban que el mundo exterior se convirtió en una entelequia para ellos. Cultivaban algunas verduras y hortalizas para conseguir su sustento diario. Se oía el cacareo de unas gallinas muy al fondo de su patio. Imagino que también entraban dentro de su dieta, pero nunca pude saberlo a ciencia cierta. Lo único que se podía ver de su hermosa casona, ahora derruida y con un abandono impuesto por la indiferencia, era una puerta cerrada desde siempre. Lo demás, oculto por una hiedra prodigiosa, se había convertido en uno de los puntos de referencia a la hora de organizar cualquier paseo por el pueblo: la historia de estos locos de amor despertaba toda clase de superchería e ir a corroborarla era casi la obligación de todo fin de semana. Quienes los habían visto alguna vez aseveraban que eran dos seres bellísimos, pero nunca se tuvo la certeza de ello. Los años acrecentaron de a poco el mito. Los años y la imaginación. Confieso que mil veces llamé a esa puerta. Sólo obtuve silencio como respuesta. En una época, casi obseso por esa historia que se escondía tras los muros de la casa, intenté saltar la tapia contigua con tan poca fortuna que una defensa rasgó no sólo mi pantalón, sino que atravesó también el muslo. Lo tomé como una señal y jamás lo volví a intentar. Pero siempre flota en mi mente la imagen de esos dos amantes que se olvidaron del mundo para vivir la alucinante experiencia de llegar al frenesí de contar sólo el uno para el otro.
Oculto amor aceptando la entrega absoluta. Aquiescencia de la interdicción para ganar el infinito intramuros. Círculo perfecto de simbiosis. Oscuro destino, plenitud rayana al paroxismo, paz hallada en un santuario ni siquiera deseado. Enigma. Amor. Todo vuelve a comenzar cada vez que la hiedra extiende otro brazo sobre el misterio para no revelar nada más que una decrepitud apenas insinuada.




© Juan José Mestre



viernes, mayo 05, 2006

MAYDAY


El vuelo se hace precario con la vida cavando túneles sin salida. Es efímera la luz y el óleo de la apatía extingue utopías en lamentos. Quedan unos pocos sueños huyendo del abismo. El cansancio se adueña de las hojas que sólo tienen el quimérico verdor de una fortuita primavera. Todo es final, infértil; hastío en los tules del cielo sin estrellas. La mirada de un búho busca el horizonte por instinto. Por instinto, el cosmos lo mostrará en el alba hechizada. Espectadores de un último acto, gemiremos un final adecuadamente incierto. Las alas serán las de Ícaro.



© Juan José Mestre

jueves, mayo 04, 2006

Adagio otoñal

Voy dejando caer mis hojas en el resignado otoño que muere entre pardos y dorados. No es nada importante, eso es seguro. Me consuelo con dejar unos pocos versos por legado y que el viento, con su bella tarea de inseminar los campos, haga de ellos algún mirasol que se atreva -por una vez siquiera- a mirar la fría cara de la luna. O que el nombre de mi amada se transforme en violeta y comience a perfumar la dócil sombra de un jardín abandonado. En este transitar de adagios vespertinos, acaricio el tardío sueño de un jazmín que florezca en el próximo diciembre, rindiéndole pleitesía al verano despuntando vida y que, con su tersura, bañe por fin la sequedad de mi epitafio sin palabras.

© Juan José Mestre

La tapa de la pava

De pronto, la casa se llena de voces. Extraño suceso dentro de sus paredes que cobijan ausencias. Curioso, voy hacia la cocina. Oigo risas jóvenes, despreocupadas. Me asomo a la puerta. Perplejo, veo a unos chiquilines jugando al radiotreatro. Pregunto el nombre de la obra: “La tapa de la pava” contesta Ricardo, espumadera en mano, micrófono de entrecasa. Y siguen con su labor. No es más que un concierto de carcajadas, balbuceos, frases inacabadas, amistad de un mundo mucho más simple, con menos premura, lleno de sueños, con Kikí –preciosa, inasible-, y mi madre con sus bucles de damita adusta.

Quedo contemplando la escena; un manto de ternura cubre mi ser. Es la amistad que vive en las tinajas del recuerdo. Es la amistad que pervive en los pasos cansinos del presente. Es esa dichosa época de ligustros, paisajes amplios, llanos, sin obstáculos. Es la inocente sangre bullendo de felices encuentros con el amor de niños sin pasado ni futuro, simple sello de luz en el presente libre, suave caricia de luna, lánguida escena que el tiempo me regala, tesoro escondido en el ensueño, cofre rojo donde se guardan las joyas blancas de unos pétalos de una imagen inmarcesible.

De pronto, todo vuelve a hoy: lo único que queda es la amistad de esos tres seres que siempre vuelven a las andadas en la memoria y en la presencia. Son los tres mosqueteros del radiotreatro y yo, el D’Artagnan que los completa en su afán de espadachín de la palabra.

En fin, que ”La tapa de la pava” no era tan intrascendente y la amistad no es -ni por asomo- tan poca cosa.

© Juan José Mestre