lunes, julio 31, 2006

Alguna vez



Alguna vez, la sombra de tu boca se hará licor de blues en la mixtura que propone esencias de flores, heno y labios conjugados. Alguna vez, el triángulo de tu vientre propondrá estallidos de planetas con elipses alienando orgasmos apacibles. Alguna vez, la redondez de tus pechos se quedará en la arista del lago taciturno y el saxo cantará su última nota. Esa vez, sólo esa, sentirás en tus muslos la caricia de unas manos que no serán las mías.

© Juan José Mestre
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domingo, julio 30, 2006

Cincel



iré con el viento
a descubrir destellos

buril de sol entre las mieses
esculpiré siluetas
sobre la arena desnuda

entre el agua y el fuego,
romperá cristales
para quemar pudores
la fragua celestina

como último intento
esculpiré tu vientre
delinearé tus muslos
llegaré a tus ojos

para dormir por siempre
en ese universo nuevo
que nos habrá inventado
soles de azaleas / lunas de violetas



© Juan José Mestre Posted by Picasa

sábado, julio 29, 2006

Si alguna vez pudiera


Si alguna vez pudiera medir el horizonte
con mis manos,
sumaría el círculo de tu busto
entre mis brazos.

Una perla sucumbiría en el candor de tu mejilla
para que germinen diademas de azucenas
coronando tus pezones.

Si alguna vez pudiera salir del laberinto de tu pelo,
la luna mudaría a simple satélite de tus labios,
por no abandonar el beso.




© Juan José Mestre


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viernes, julio 28, 2006

El Olvido

Murió como había vivido: sola. Hoy tampoco pudo escapar a su destino. Está en la sala mortuoria esperando la hora de su entierro. Tal vez alguien se apiade y la acompañe a su encuentro con el olvido. O quizá haya tropezado con él en la tibieza inasequible de esa caja.

© Juan José Mestre

A la memoria de Irma. Posted by Picasa

jueves, julio 27, 2006

Disyuntiva

Preñez que aguarda ausencias, el dulce fruto de ese vientre no tiene más futuro que el quebranto; alguien hubiera preferido el útero yermo al desesperanzador grito de la madre pariendo flores de una noche. No es mi caso: tal vez escoja campanas al vuelo que anuncian vida –triste, solitaria, de patitas sucias, risitas sin pan, la teta con leche aguada, los ojos desiertos de ilusión… Si total, un sueño no cuesta más que la mansedumbre del cielo cubriendo el manto de tierra fría y profana. Habrá tiempo, después, de llorar entre los buitres que ya acechan.


© Juan José Mestre
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miércoles, julio 26, 2006

Entrecruzando esperas

A Silsh, mi Amiga.


En un día gris, las horas semejan ausencias y presencias que se cuelan por las ramas llorosas de los árboles. Un sutil destiempo se trepa por las manos entrecruzando esperas. Todo es aparente, ficto, un horizonte invisible que se mueve en busca del destino que no encuentra. El cielo promete tus trenzas negras que nunca llegan. La paloma, apichonada por la inercia del paisaje, hace círculos intocables en el lecho hirsuto de su nido.
Un rostro, el tuyo –esquivo y dulce-, es lo que se refleja en la quietud de unos dedos sazonados por el ansia. La caricia sería inevitable si estuvieras. Si estuvieras, mis ojos buscarían un poco de luz para mirarte. La nostalgia, corpórea ninfa de la bruma, hace lo suyo. En lo oscuro del cuenco de mis palmas escondo mi corazón abierto para recibir ese silencio tuyo que mira al sur, eternamente.


© Juan José Mestre

© Foto: Manuel Álvarez Bravo
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martes, julio 25, 2006

Armisticio




Con el rojo de la sangre,
coágulo inocente en el grito
de una esquirla,

el negro de la muerte
siguiendo
el camino de las bestias,

creo espacios de verdor
en el blanco del papel
empobrecido de palabras,


para soñar
el pavoroso
sueño
de una tregua






© Juan José Mestre Posted by Picasa

lunes, julio 24, 2006

No vengan a mí


Se escapa el perfume de la rosa
cuando el uno se dispersa en esquirlas.

La muerte es moneda vil, pero corriente:
no se puede pedir piedad a los feroces.

Si la inequidad se enseñorea de la sangre,
me arrogo el derecho a decir ¡Basta!

todos y cada uno de los días
aunque el eco del genocidio sea más fuerte que mi grito.

(no vengan a mí con geopolítica
reflejada en los ojos muertos de los niños)





© Juan José Mestre
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domingo, julio 23, 2006

El reino del mutismo



La pregunta surge pertinaz: como una gota que perfora nuestras vidas, impregna de ocres el terruño que nunca nos atrevimos a reclamar como propio. Aquel de los azules, el que siempre presentimos nuestro, pero que nunca reivindicamos, mudos hasta el desvarío. Juntos y sin tocarnos. Amantes inútiles; sintiendo de antemano el desengaño, nos hicimos amos del sigilo, de imposibles sueños muertos de antemano. Hace siglos que venimos acaparando soledades. Y seguimos: impertérritos. Cada vez menos luminosos, más desdichados y conscientes. Morimos y renacemos cada vez que nos encontramos, mas no decimos más que un simple "hola..."; mutismo tras mutismo, no podemos con nuestros ojos, por el miedo a sentir la sangre que bulle y que negamos. Rozamos las mejillas adrede, con la certeza de saber que son nuestras bocas las que piden besos. Llenos de certidumbres huecas, nos eclipsamos cada uno en la soledad irremediable. Y como trasfondo de nuestros velos de flaqueza -en un diluir de sepias y negros-, aquel "¿qué nos pasó?" jamás pronunciado, queda sembrando cenicientos deseos a nuestro paso.

(Sólo hemos ganado el reino del mutismo; la gota sigue con su tarea milenaria, monocorde)




© Juan José Mestre


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sábado, julio 22, 2006

María y María

María Cipollone, con sus jóvenes años, sus dos hijas en brazos y la imposibilidad absoluta de pronunciar una palabra en nuestro idioma, se sentó en el verde y nada confortable banco de la estación de trenes de Venado. Ni siquiera sabía dónde estaba. Pero la única certeza que importaba era la de saber que aquí la esperaba su marido. Con esa certidumbre en sus ojos, se quedó esperando. No se percató siquiera si hacía frío o calor. Sólo tenía ojos para mirar a la puerta por donde entraría su hombre. El viaje desde su Italia había sido muy largo, pero el amor lo compensaba todo. Falló la comunicación para que Ércole fuera al puerto de Buenos Aires a recibirla en sus brazos y ella, a fuerza de preguntar y preguntar a todo aquel que pudiera entender en su lengua madre cómo se podía llegar a Venado Tuerto, encaró la titánica aventura del ferrocarril con destino incierto. Por suerte, la fortuna estuvo de su lado y después de un largo rato estaban abrazados como por años no habían podido hacerlo. Las niñas lloraban, confundidas y apretujadas en la felicidad de sus padres. Después, cuando llegaron a la chacra, como si nunca se hubieran separado, María volvió a la rutinaria tarea de cuidar a la familia y Ércole a sus labores de campo. Y la vida siguió fluyendo con esa extraordinaria sencillez que tiene un día de inmigrantes, trabajo de sol a sol hasta que llegó el relevo de los hijos.

Por esos mismos años de principios del siglo XX, otra María, Fuster de apellido, comenzaba a trazar la paralela contradictoria del destino que se cruza entretejiendo vidas. Era peluquera en Altea, Valencia, y en esos meses se había casado con Matías Mestre, un joven que se convirtió en el amor de su vida y que también había decidido probar suerte por estos pagos. Él viajaría a la Argentina por un año y, si los hados eran propicios, volvería a buscarla al Levante para instalarse en algún lugar de esos que esperaban, feraces, las manos y el sudor para dar sus frutos. Así fue y así se hizo. Una cosecha le bastó a Matías para comprender dónde estaba el futuro. María abandonó todo, hasta el mar, que amaba con locura por el sol para lavar la ropa en sus orillas y las coplas que entonaban las muchachas de la aldea. Por su parte, Matías debió traerse de recuerdo el perfume de los azahares del naranjal, confiado a los parientes que quedaban allí, entre lágrimas y esperanzas.

Ya aquí, fueron arrendando campos en el extremo sur de Santa Fe, para echar raíces, por fin, en una chacra cercana a Venado y lindera a la de una familia italiana, tal como en los otros tantos lugares donde habían estado.

Por entonces, había varios hijos. Entre ellos, uno al que María quería llamar José y se lo encomendó a Matías para el día que fuera al pueblo. Así lo hizo el hombre, pero vaya a saber por qué, si la desmemoria o la poca atención, el niño apareció inscripto como Juan. Salta a la vista el origen de los nombres de quien esto escribe con sólo decir que ese José devenido en Juan sería mi padre.

Pero volvamos al hilo de la historia: las dos familias se unieron por la amistad y los padrinazgos, para nunca más separarse. En tantos años de luchas y avatares, los Mestre dejaron las tareas rurales y compraron una casa en venado Tuerto. Al poco tiempo, los Spianamonte hicieron lo propio. María Cipollone, apenas instalada, se prometió a sí misma: “Mañana por la tarde iré a visitarla a María”. No pudo cumplir con su promesa. A la mañana siguiente le avisaron que esa madrugada había muerto.

Dos años después, mi madre comenzó su noviazgo con Juan Mestre y se casaron. A los pocos años, Nilda, mi tía materna, casi una adolescente, conoció a un muchacho llamado Héctor Spianamonte, hijo de María y Ércole. Por ese fatalismo que hasta lo azaroso tiene, se casaron para que la vida de esos cuatro abuelos perdure en un solo nombre que todo lo resume: María.



© Juan José Mestre

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viernes, julio 21, 2006

Una torcaza


Una torcaza se asoma a mi ventana.
La miro.
Ella también.
El muro de vidrio es infranqueable.
Una ventaja tiene la paloma.
Está del lado de afuera y con sus alas intactas.




© Juan José Mestre
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miércoles, julio 19, 2006

Pequeñez


La tristeza se esconde en laberintos,
bifurca mis caminos, juega con la angustia
a la monotonía circundante de la ronda.



Huye con la dramática picardía de un niño,
barrilete gris, fusión de niebla y espanto,
juguete en desuso del amor entre fugas y avatares,



nadería distorsionada, pelota rompiendo espejos,
opacidad de las astillas en el rostro cuarteado en llanto
y que no llora…





© Juan José Mestre
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martes, julio 18, 2006

Poema del incienso

Mujer de abismos, aura de ausencias,
el infinito es un punto
que se enturbia en tus ojos claros,
ojos de bosque, salvaje sombra, dulce recuerdo,
arcilla sin molde, escultura quebradiza
en la linfa correntosa del estuario.



Mujer áurea, jazmín en flor,
el rojo –fragancia de tu piel de muselina-
se inicia en el arcano de un tarot desconocido.



Todos los misterios no llegan a develarte,
lejana y tenue criatura de adioses
que perduran en la núbil vestal que te protege.



Nada es para ti si es de este mundo,
tal vez quede, sí, la certeza de una noche,
aquella en la que murieron todas las candelas.






© Juan José Mestre
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lunes, julio 17, 2006

Serrín



El polvo se convierte en polvo,
deviene la música en viento blanco,
el silencio -avalancha perlada de fusas-
sobre el valle se esparce con bríos de caballos,
la muerte siempre está, como Dios, en todos lados,
unos párpados cansados cubren esas acuosas pupilas de azul
en primavera.



Despojos de despojos andan sin sentido
en la miedosa senda de la vida
con espejismos coloreados de abalorios,
-lentejuelas de sol en esta farsa- para que quede, al fin,
el refugio abierto del cielo distante y frío, mirando al sur
(donde no hay nada).





© Juan José Mestre

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domingo, julio 16, 2006

Sí.


Sí. Duermo el sueño los oprimidos.
Esa idiotez encausada en el río de las bombas,
estupefacción entre los gritos del instinto,
la maravilla de la muerte caída del cielo,
el encanto del horror en cardenales de infamia,
el dulce llanto de los niños mutilados
y la ironía de una paz que de nada sirve.



Sí. Duermo el sueño de la guerra
que hoy por hoy viene
con el premio usurpador que a los buitres
más desvela:
paquete de papel dorado,
moño hecho de músculos y tendones,
una pizca de lágrimas atufadas
con Chanel número 5
y dentro, aromáticas de tomillo,
un par de manos suplicantes.







A las víctimas de Oriente Medio




© Juan José Mestre
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sábado, julio 15, 2006

El amor



Antonio Canova, Amor and Psyche ((1786-93) - Marble, height 155 cm - Musée du Louvre, Paris
****



Allá donde el quantos y el cosmos
se fusionan, aparece el amor
entre violetas lujuriosas.



Horizontes helados se deshielan
para dejar a ese antojadizo
la luz que pierde en cada puesta.



Se vuelve piel en el sereno valle de unas sábanas,
sangre humeante en los pabilos titubeantes,
voz ronca para gemir un nombre.



Al final, cuando todo parece sosegarse,
queda en los rescoldos de la luna,
traspapelado en versos de rosas y amapolas.



© Juan José Mestre

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viernes, julio 14, 2006

Verónica



Fortuitos son los días
cuando la luz juega su destino,
mas la noche tiene la certera presencia de lo oscuro;

ominosa, esconde sus múltiples rostros
en el cóncavo piélago enfurecido
justo donde Poseidón enclava sus dominios.

El tridente y las estrellas escurren la sangre de los muertos.

Nadie,
con un dedo de frente,
se atreve al desafío ilógico de un espectro.

Ya se sabe del seguro camino hacia la aurora:
mientras tanto, se desorienta la luz entre el boscaje
con unos versos de Góngora donde cada Sol repetido es un cometa.



© Juan José Mestre




En cursiva: verso de Luis de Góngora y Argote.
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jueves, julio 13, 2006

Trunco


Un cisne incierto,
una penumbra en el velamen negro de la noche,
la frialdad serena del lucero,



esa oquedad inútil al ensueño,
la demencia de los lobos que silencian
la faz oculta del amor,



el éxtasis desgarrado del cielo quejumbroso,
la magia del libro que ha perdido todos los versos,
el despeñadero taciturno que los guarda,



y esa luz amarillenta
y la nostalgia
y la tristeza



de no aprender nunca del mar
que grita con sus olas
que todo alguna vez termina.






© Juan José Mestre
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miércoles, julio 12, 2006

Otra vez sopa


Algunas veces, como hoy, dan ganas de decir basta. No es por nada puntual, sino por el entorno –incluso por uno mismo. Es que todo aturde, entorpece, es indescifrable.

Lo único que campea es esa locura global que nos envuelve y embrutece.

Nada es humanamente atendible como para afirmar que pertenece al hombre. Todos, absolutamente todos los demonios están libres con su cautiverio de maldad e injusticia.

Pareciera que las doce pestes han caído al mismo tiempo sobre el mundo.

Un silencio brutal escapa de esa virtualidad falsamente optimista y amable de las relaciones humanas, que huyen del cara a cara para decir un “te quiero” o simplemente ofrendarse al otro en un abrazo que le lleve un poco de alivio.

El contexto social es fóbico, malsano, hasta humillante para lo esencial del prójimo. La filosofía de la violencia y el escapismo es cruel, axiomática, fundamentalista. No puede ser de otra forma, ya que no tiene basamentos para sustentarse. Simplemente, se trata de otra falsedad más. Denigrante, indecorosa, casi obscena.

Y así seguimos, claro: flotando en esta sopa sin agua y sin fideos, muertos de afecto, huérfanos de una mirada que sostenga la nuestra para justificar aquello que miramos.



© Juan José mestre

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martes, julio 11, 2006

Interdictio





Hielo denigrante del exilio,
¿por qué me atormentas en este arquetipo
del dolor de fuego enloquecido?



catervas odiosas, malolientes,
estragan ese paraíso supuesto por el ánimo
machacado en los recónditos castillos del medioevo



catapultando el amor hacia el averno.



Hielo, ¿por qué afiebras
mis sentidos con ese ensordecedor
chirriar de los violines?



¿Por qué la muerte consejera
zumba como mosca sobre el estiércol venenoso
del abismo si no es tiempo de partidas todavía?






© Juan José Mestre

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lunes, julio 10, 2006

Acuarela del desconsuelo


Josep Llimona, "Desconsuelo"

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Una acuarela se asemeja
a los tristes pasos de este invierno
sin perspectiva




colores tenues
indefinidos rasgos de un paisaje
sujetando ansias




parsimonia de un cándido demonio de entretiempo
que juega a las escondidas
con los pinceles sucios de sangre seca





© Juan José Mestre
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domingo, julio 09, 2006

De tiempos y otros tiempos



Todo es parte del recuerdo. La información que contiene una partícula subatómica o la menguada memoria de un anciano. Absoluto, el pasado deviene en este presente devaluado de una lluvia entre dos casualidades. Casual fue también la granizada de anoche. Un simple fenómeno para nuestra colección de intrascendencias. Del futuro sólo se puede aseverar su imposibilidad de aprehenderlo. Alimentado con lo anodino, seguramente será un poco más oscuro que hoy. Pero no se sabe. Así como no se conoce qué será de nosotros en este instante. Una gota sigue a la otra por inercia, con la desidia que el propio viento le otorga. Así vivimos: alimentando nuestro existir con cadenas de presencias viejas que le dé contenido. Una película estropeada por los años es siempre más rica que este hoy corroído que nos presta su elixir diluido en penurias. Así seguimos. Norman Mailer tenía toda la razón al comparar los desnudos con los muertos. No somos más que eso: desnudos de existencia, muertos caminantes hacia el despojo total y arrogante.





© Juan José Mestre
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sábado, julio 08, 2006

Un poco de azahares




Un poco de azahares
no vendría mal para la vista.





Con tanta espina sin flor en el desierto,
con el suelo quebradizo del sendero,
con nubes de inclemencia
bordeando las lavandas,




uno corrompe los caminos del sol
y los marchita casi adrede
por seguirle la corriente a este mundo.




En su afán de glorificar lo consabido,
se olvida lo extraordinario
de la cascada precipitando por laderas y peñascos.



Lo dicho:
un poco de azahares
no vendría mal para la vista.








© Juan José Mestre


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viernes, julio 07, 2006

Elegía del tero





Torsión de luz acompasando el sino,
borrasca del canto de un tero
desde su hábitat,


silencio de una tumba sin muertos,
la trémula melodía de un saxo
que canta en vano


al viento procaz que todo lo envilece;
sordera del hombre
para oír sus propios llantos,


¿qué puedo pedir para mi alma
cuando el propio azul está ausente,
extraviado en los perjurios, macilento?




© Juan José Mestre


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jueves, julio 06, 2006

Después de todo

Jorge Alberto Blanco, "La muerte y el espíritu"


En cada gota del clarear
algo nos impulsa al celebrado sacrificio de la sangre
no vertida aún en este espantoso discurrir del cotidiano


Turbias aguas
cielo incrédulo por lo gris del hombre
canto fúnebre de los cuervos oteando el alimento



Involución del aire
hacia el plomo venenoso
del espíritu




Después de todo
la muerte
es sólo una parábola.







© Juan José Mestre

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