miércoles, octubre 11, 2006

RÍGOR MORTIS

Cadencia de glicinas y alborada, el sol resuena en los oídos con la pereza de un gallo para iniciar su ritual canto en la mañana. No sé por qué, eso que pretende ser un saludo marcial al incipiente día, se parece tanto a un toque a la tristeza eterna de lo humano. Es que, como la vida, la muerte se escabulle en cada acto de este teatro de marionetas que es el mundo. Maneja todo con la parsimonia que tiene aquél que camina sobre seguro. La vida, en cambio, titubea a cada instante, como un polluelo en sus primeros pasos. Todo el universo se encamina sojuzgado por los hilos de lo eterno. Y lo eterno siempre conlleva al final de la existencia. El nihilismo reina en los límites de lo intrascendente. La vida, esa vagabunda sin dominios, resplandece por segundos y después se apaga en la lujuriosa telaraña del olvido. Su único rastro, a veces, es una calavera con las cuencas florecidas de violetas.




© Juan José Mestre

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