jueves, marzo 31, 2011

DAMERO


Lánguidas horas en medio de dos esperas. Café, el diario que siempre dice lo mismo, un alfil jugueteando entre los dedos, miradas huecas  en la suavidad de un vacío, el bar que cobija soles inseguros de un invierno como tantos, la gente  adormilada en un sopor lleno de morriñas, nada por hacer aunque las prisas se acrecienten, muerte matutina del sol, abismo que se abre con el rumor de las voces que nada dicen…


© Juan José Mestre

martes, marzo 29, 2011

DAFNE





Tus senos generosos. Tu pubis de naranja. La calma de tu espalda. El inquietante palpitar de tus muslos en la faz oculta de la luna. Esa serena armonía de tus manos durmiendo sobre mi pecho. La curva de tus bordes sobre el vacilante espejo de una flama. Las sombras pudorosas. Lo terso de tu piel sobre la rosa negra del ensueño. Y el amor. Siempre el amor derramándose junto al rocío pletórico de albahacas.


© Juan José Mestre


DAFNE

lunes, marzo 28, 2011

AZULEJOS


baldosas rotas,
maná agrio:
descalzos los pies y el aliento
buscan el cielo
sin advertir el percal
que lo niega;

tierra de ensueños no hay:
el cosmos embrollado
en la almendrada delicia del anarquismo
no convence a nadie con sus estrellas;

el último de los pájaros
parece haber hallado el rumbo
hacia el único punto vital que se divisa;

en un resquicio de la nada
encuentra un átomo y lo picotea
cuando el mosaico de un sol bizantino
se quiebra en mil fulgures opacos,
discontinuos;

la pesadumbre del armiño
es un avatar inesperado:
no logra comprender
que lo blanco ya no existe…

(solitario, observo que mi sombra
se pierde en el sarro calcáreo del declive)




© Juan José Mestre


Foto: Liliana Muente

sábado, marzo 26, 2011

TEMOR REVERENCIAL






Eran como las cinco de la tarde. De pronto, entre el silencio del sábado y el débil murmullo de la tele amortiguada por la penumbra de la casa y la modorra sabatina, una carcajada irrumpe con la sorpresa de lo inesperado. Y vaya si era inesperado… ¿Roberto Martino, el hombre que inspiraba temor reverencial en todo el foro venadense por su rectitud y bonhomía, era capaz de reírse con tanto desparpajo? Cuando fuimos con Leticia a averiguar el motivo de tan inusual hecho lo hallamos casi descompuesto de la risa, desparramado sobre el sofá frente al televisor. Cuando pudo recomponerse un poco, rebobinó el filme que estaba viendo y nos mostró la escena. Cuatro forajidos, en medio del desierto de Arizona, discutían y se culpaban entre ellos porque una Studebaker toda destartalada se había quedado sin combustible mientras uno orinaba tranquilamente dentro del tanque de nafta.



Comienzo mi semblanza de esta forma porque tal vez sea la parte menos conocida de este hombre ejemplar, de voz un poco ronca, con un alto grado de autoridad que imponía a fuerza de su sola presencia, conducta sin igual y palabra serena.



Debajo de esa apariencia adusta podía adivinarse una ternura y sensibilidad sin iguales. Callado, introspectivo, usaba la palabra solo cuando era necesario. Y cuando la usaba, era para decir lo exacto, justo e inexcusable. De tono afable, no dudaba en ponerse recio si era menester hacerlo.



Guardo de él muchos recuerdos. Pero uno me marcó a fuego. Una noche, andaba yo sin rumbo fijo y se me ocurrió ir a ver si Leti había vuelto de Rosario ya que era viernes. Me recibió con un whisky y pasamos un buen rato charlando. El devenir de la conversación nos llevó a Leticia y, de pronto y no sé cómo, me dijo con lágrimas en los ojos: “Estoy orgulloso de mi hija”. Semejante confesión, inesperada por provenir de él –tan poco afecto a hacerlas- fue el indicativo del inmenso amor que sentía por ella. Es que era un ser con una inmensa capacidad de ternura.



Con un sentido de lo correcto que muy pocos poseen, se jugó por entero durante la dictadura: presentaba hábeas corpus todas las semanas por los desaparecidos de Venado.



Roberto Martino, un hombre que me enseñó muchas cosas con solo observarlo. El hombre que terminó escondido junto con mi padre debajo de la mesa del Comité Radical en aquellas épocas en que siempre las cuestiones políticas se resolvían con un chumbo.









© Juan José Mestre

miércoles, marzo 16, 2011

TODO


La osadía del amor. El recuerdo mustio de unos días. Las temibles horas del pueblo en su camino hacia las sombras. El secreto a voces turbando al tiempo. Las vacías cuencas hermanadas en antimateria hilando mundos de olvidos denodados. La muerte del gorrión entre dos trinos. El lóbrego transcurrir de la ausencia en las ociosas manos. La inercia de las hojas que arrastra el último encuentro hacia el exilio de la lasitud inapelable. El color de tu piel buscando grises. Todo es difuso, niebla entre vaguedades que emigran calcando eufemismos de un barco levando anclas. 

© Juan José Mestre

martes, marzo 15, 2011

FÁBULA


Dos ratones charlaban sobre el queso. 

-Yo prefiero el provolone, porque es el más famoso gracias al Topo Giggio.

-Mmmm... mirá que el roquefort tiene más status ¡los franceses son distinguidos y gourmets de primera!

-No, no, no, ¡no! El roquefort es de lo más berreta... ¡A mí no me vas a decir que ese queso, por más que haya sido el preferido de los reyes franceses, que el fenómeno Roquefort haya arrancado en la era jurásica, hace unos 200 millones de años, con el hundimiento de la montaña Combalou, que esta convulsión de la naturaleza creó un entorno geológico único para lo que más tarde sería el queso Roquefort y que a partir de ahí se forma entonces el actual macizo rocoso con las cuevas naturales que influyen en su curación, nos tenga que gustar obligatoriamente! ¡No es una cuestión de historia, es cuestión de gusto!

-Pero escuchame, pedazo de idiota! No sé nada de historia, pero sí tengo gusto! El provolone...

Así pasaron horas y horas discutiendo sobre las cualidades de uno y otro queso. Agotados y hambrientos, destruidos e humillados recíprocamente, decidieron dar término a la discusión. Fue así que cada cual al emprender el camino de regreso, solitario e irremediable- pensó que a lo mejor el otro tenía un poco de razón. Pero ya era demasiado tarde para volver atrás.

© Juan José Mestre

sábado, marzo 12, 2011

ECLIPSE



 
 
algo huye de la memoria 
un disco de Serrat 
el indescriptible beso 
de los sauces 
la húmeda mirada 
a unas cartas 
el dulce sabor 
de la pesadumbre 



© Juan José Mestre

viernes, marzo 11, 2011

CUENTO BREVE SOBRE NIHILISMO



 
 
Llegó con prisa a su trabajo. Notó que nadie estaba en su puesto. Solía suceder a menudo, así que no se dio por enterada y puso manos a la obra: encendió su pantalla, abrió el Word y algo estalló en su interior. Se metió de lleno en la superficie blanca que se presentaba ante sus ojos porque sabía que allí estaban todas las claves de su existencia. Por esta vez, no le había errado. Vio –con absoluta claridad- el vacío constante que tantas veces le escamoteó al espejo. El ego, su ego, huía por los intrincados vericuetos que los bytes despejaban entre las vías muertas de la red -sin terminales- de su ruina. 



© Juan José Mestre


 

jueves, marzo 10, 2011

INSTANTE



No vi que se acercara. Cuando volteé la mirada a mi derecha, simplemente allí estaba. Nunca había observado tanta belleza en una mujer. Estaba desnuda. Su cuerpo era perfecto, pero inmediatamente capté otra clase de atractivo en ese ser. Irradiaba luz. Invisible, pero era luz. Había un dejo de nostalgia en su mirada. "No soy de aquí", me dijo. "Tampoco me preguntes quién soy, ya que todo lo que puedes ver está en este instante. Soy esto y nada más." A esta altura, mi ánimo iba -pendular- del éxtasis al asombro.
Sin hacer el más mínimo movimiento, tenía mis manos entre las suyas. En ese instante, todas mis vidas pasadas y futuras pasaron por mi ser. El cálido aire nocturno se tornó de una exquisita tonalidad púrpura. Todo el entorno estaba impregnado de un raro sabor a madera perfumada, como si la noche se hubiera trasladado al Edén. Las nubes se volvieron humo vertical que esparcían una fina llovizna luminosa de pétalos de jazmín.
Miré sus ojos: dejaban ver una tristeza indecible. Sin que pudiera interrogarla sobre la causa, me dijo: "debo partir".
Quise preguntarle el porqué, pero inmediatamente expresó: "aquí tienes, para que me recuerdes..." Era una hoja de papel de una blancura tan exquisita como nunca había imaginado que existiera.
Leí:


"Sentir que soy apenas un momento,
que me voy transcurriendo en mi marea,
que un mundo de otras vidas me golpea
el absurdo eslabón del pensamiento.

Comprender que es prestado el firmamento
que por dentro me pasa y gorgotea,
que mi porción de tiempo es una idea
que se disuelve en el andar del viento.

Intuir que voy cayendo de mí misma
y soy materia cósmica flotando
en lo infinito sobre negro abismo.

Para alcanzar al fin la desolada
convicción de que la vida es solo un blando
trasmigrar de la Nada hacia la Nada."



Cuando terminé, ya no estaba. Un tenue fulgor quedaba en el sitio. Rompí en llanto.


© Texto: Juan José Mestre
© Soneto "Pensamiento": Viviana Degano




miércoles, marzo 09, 2011

EL AMOR SIN TU AMOR



 
 
Es el ensueño perdido, el ocre de los árboles solitarios, el manto gris que cubre el paisaje, el río que está quieto, la distancia entre dos vidas, la montaña inaccesible, el camino sin atajos, el valle sin el hálito. Es el adiós sin esperanza, el mudo vuelo de los pájaros hacia donde acaba el mundo. Es el retorno triste de la paloma sin mensaje, la desesperanza hecha carne, la herida trocada en hielo ardiente, el tormento merecido, remiendos en el pecho. Es no poder ver el mar sabiéndolo enfurecido y no abordar la barca cuando los remos se han perdido; es ver el abismo que se acerca para persistir inconmovible. Es, al fin y al cabo, morir un poco a cada momento sin poder imaginar un día de mi vida sin tus ojos en la vaguedad de la añoranza. 


© Juan José Mestre


 

martes, marzo 08, 2011

LA MUJER Y LA VIOLENCIA





Decir NO nunca es suficiente. Esconder ese NO entre cuatro paredes es bajar los brazos. Dejarse violar por la impotencia NO vale de nada. Ser secuestrada y prostituida ES UN CRIMEN DE LESA HUMANIDAD. Creer en falsas promesas es alimentar el fuego con nafta. La violencia de género ES ABERRANTE. ¿Cuántas veces hemos dicho y oído esto? ¿CUÁNTAS VECES HEMOS HECHO ALGO AL RESPECTO? Es hora de renovar ese NUNCA MÁS que asumimos como sociedad hace ya treinta años y en otro contexto AHORA MISMO.


© Juan José Mestre



lunes, marzo 07, 2011

PROSA DISLOCADA



 
 
La candente memoria del día ensayaba búsquedas equívocas, imprecisas, sin rumbo, como si el levante hubiera errado su emplazamiento. Nada estaba en el orden lógico esa mañana. El sol, rojizo anillo en un cielo extrañamente gris, descolgaba sus rayos perpendiculares desdeñando la mayor parte del paisaje; una obscena oscuridad se adueñaba de todo lo que evidenciara vida en la pradera. No podía explicarse el motivo del malestar que lo asaltaba. Era un dolor -brusco y solapado- entre el pecho y el sexo que lo seducía y excitaba como si exigiera una cópula inmediata, urgentemente demoníaca, placentera y desgarrante. La vista, entre tanto, no variaba: una sola excepción a este desenfreno ominoso, lo constituía el sereno balanceo de una rosa blanca jugueteando con la brisa raramente intranquila. Cayó de bruces. Mordiendo el piso, sintió esa incongruente sensación de estar en paz y en el infierno. Todas sus identidades habían comulgado. (Negro perfecto e irrebatible). 


© Juan José Mestre


 

domingo, marzo 06, 2011

BARUJ Y YO


Descuajado de la vida y de la muerte
voy, como Baruj,
hacia el olvido.

Herético él como ninguno,
me acompaña con su expiación
del día a día.

El peor de los yerros fue perpetrado:
ser fieles a lo que los demás no aceptan.

Es por los demás
-precisamente-
que vamos hacia el estertor postrero,
en calma y sin batallas.

Que hagan cuantas tumbas quieran;
¡no nos pertenecen, no son nuestras!
tal como les toca a los descastados.



© Juan José Mestre.

sábado, marzo 05, 2011

MARÍA Y MARÍA



María Cipollone, con sus jóvenes años, sus dos hijas en brazos y la imposibilidad absoluta de pronunciar una palabra en nuestro idioma, se sentó en el verde y nada confortable banco de la estación de trenes de Venado. Ni siquiera sabía dónde estaba.  Pero la única certeza que importaba era la de saber que aquí la esperaba su marido. Con esa certidumbre en sus ojos, se quedó esperando. No se percató siquiera si hacía frío o calor. Sólo tenía ojos para mirar a la puerta por donde entraría su hombre. El viaje desde su Italia había sido muy largo, pero el amor lo compensaba todo. Falló la comunicación para que Ércole fuera al puerto de Buenos Aires a recibirla en sus brazos  y ella, a fuerza de preguntar y preguntar a todo aquel que pudiera entender en su lengua madre cómo se podía llegar a Venado Tuerto, encaró la titánica aventura del ferrocarril con destino incierto. Por suerte, la fortuna estuvo de su lado y después de un largo rato estaban abrazados como por años no habían podido hacerlo. Las niñas lloraban, confundidas y apretujadas en la felicidad de sus padres. Después, cuando llegaron a la chacra, como si nunca se hubieran separado, María volvió a la rutinaria tarea de cuidar a la familia y Ércole  a sus labores de campo. Y la vida siguió fluyendo con esa extraordinaria sencillez que tiene un día de inmigrantes, trabajo de sol a sol hasta que llegó el relevo de los hijos.

Por esos mismos años de principios del siglo XX, otra María, Fuster de apellido, comenzaba a trazar la paralela contradictoria del destino que se cruza entretejiendo vidas. Era peluquera en Altea, Valencia, y en esos meses se había casado con Matías Mestre, un joven que se convirtió en el amor de su vida y que también había decidido probar suerte por estos pagos. Él viajaría a la Argentina por un año y, si los hados eran propicios, volvería a buscarla al Levante para instalarse en algún lugar de esos que esperaban, feraces, las manos y el sudor para dar sus frutos. Así fue y así se hizo. Una cosecha le bastó a Matías para comprender dónde estaba el futuro. María abandonó todo, hasta el mar, que amaba con locura por el sol para lavar la ropa en sus orillas y las coplas que entonaban las muchachas de la aldea. Por su parte, Matías debió traerse de recuerdo el perfume de los azahares del naranjal, confiado a los parientes que quedaban allí, entre lágrimas y esperanzas.

Ya aquí, fueron arrendando campos en el extremo sur de Santa Fe, para echar raíces, por fin, en una chacra cercana a Venado y lindera a la de una familia italiana, tal como en los otros tantos lugares donde habían estado.
Por entonces, había varios hijos. Entre ellos, uno al que María quería llamar José y se lo encomendó a Matías para el día que fuera al pueblo. Así lo hizo el hombre, pero vaya a saber por qué, si la desmemoria o la poca atención, el niño apareció inscripto como Juan. Salta a la vista el origen de los nombres de quien esto escribe con sólo decir que ese José devenido en Juan sería mi padre.

Pero volvamos al hilo de la historia: las dos familias se unieron por la amistad y los padrinazgos, para nunca más separarse. En tantos años de luchas y avatares, los Mestre dejaron las tareas rurales y compraron una casa  en Venado Tuerto. Al poco tiempo, los Spianamonte hicieron lo propio. María Cipollone, apenas instalada, se prometió a sí misma: “Mañana por la tarde iré a visitarla a María”. No pudo cumplir con su promesa. A la mañana siguiente le avisaron que esa madrugada había muerto.

Dos años después, mi madre comenzó su noviazgo con Juan Mestre y se casaron. A los pocos años, Nilda, mi tía materna, casi una adolescente, conoció a un muchacho llamado Héctor Spianamonte, hijo de María y Ércole.  Por ese fatalismo que hasta lo azaroso tiene, se casaron para que la vida de esos cuatro abuelos perdure en un solo nombre que todo lo resume: María.



© Juan José Mestre


viernes, marzo 04, 2011

MODELO DE POEMA CÁNDIDO



Un verso 
otro 
una metáfora
y uno más
para decir
un te quiero


© Juan José Mestre

jueves, marzo 03, 2011

AMATORIO



 
 
La noche, círculo de plata entre los árboles, bosqueja las delgadas líneas de tu dorso enhebrando azogues. Parábola de luna sobre tu vientre y mi ansia. Sangre cautivada en raso por la negrura del rosal anhelando depuestas castidades. El amor yuxtapuesto a la inquietud de tus muslos busca en la garza el ligero gemir de afanes. Timbal que percute entrañas, melodía acompasada de los roces, tácito alivio del abrazo. Una candela que muere, los cuerpos dormitan con el alba. 

© Juan José Mestre

miércoles, marzo 02, 2011

EL TANGO



 
 
Un tango de Ferrer recorre el llano paisaje de la planicie, como desterrado del cemento ciudadano que le es propio. La letra se mezcla con la brisa irrestricta y sin esquinas. Esa extraña mezcolanza de bandoneón con yerba buena recala en la desnudez de la tarde. Los acordes llegan entrecortados, casi discordantes. De inmediato, la penumbra hace que los rostros de los escasos paseantes se me antojen espectrales. No es una sensación nueva: es tierra de albergar aparecidos la pampa. Sólo que los sones de esa música propia de otro entorno provoca una disociación en el espacio. De pronto, la melodía cesa y uno espera que todo vuelva a ser como antes; es inútil: nada es como era luego de un sortilegio. Algo ha pasado y se nota. Sólo que es muy difícil explicarlo. Tal vez en los versos perdidos en la tierra, quede la prueba de esto que cuento. Hasta es posible que se escuche una que otra nota entre las cruces del camposanto: "Arranque, arranque el vidrio, ventanero, y el marco saqueló con las cortinas, yo quiero la ventana más sencilla, un hueco y cuatro lados, compañero." Como si por aquí las ventanas fueran diferentes... 

© Juan José Mestre 

Entrecomillado: versos de "Tango del ventanero" de Horacio Ferrer.


 

martes, marzo 01, 2011

DE JAZMINES E IDUS DE MARZO



Muchas veces reivindicamos recuerdos hurtados del arcano que se nos declara en rebeldía. No es hasta entonces que nos percatamos de lo frescos que ellos son. Por ejemplo, el perfume a jazmín está -sempiterno- en la memoria de la casa hoy vacía. Del jardín de la infancia es lo único que queda. Hoy, que prácticamente casi nadie entra a nuestra casa, puedo asegurar que el silencio sólo se interrumpe en la época en que florece el jazmín, más o menos a mediados de noviembre. Toda la vida fue así y mi madre mantiene la tradición de regalar esas deliciosas flores. Los vecinos, los pocos que quedan de aquella época de calle de tierra y zanjones por donde navegaban los barquitos hechos con las hojas del diario La Razón -que siempre era del día anterior porque aparecía en el atardecer de Buenos Aires- y los nuevos, que muchas veces no echan raíces en el barrio tienen la certeza de no estar obligados a cultivar la planta porque hay una distribuidora oficial y lo hace muy bien. Es que setenta y siete años no pasan en vano y uno se hace a la idea de estar en un tiempo casi detenido entre los muros asentados en barro. Ese es el número de años que Leli habita en este hogar. O casi: en realidad tenía seis meses cuando el abuelo compró este lugar nuestro. Toda una dinastía pasó a lo largo de las décadas y fue disuelta por el irremediable avance de la vida. Entre el bullicio que a veces frenéticamente se apoderaba de estos lares (parientes que, emigrados a Buenos Aires, volvían atraídos por un descanso en su terruño o simplemente porque no había más dinero para pasar las vacaciones) siempre recuerdo la figura de una bella mujer que, cubierta sencillamente por un liviano solero que se cruzaba en su cintura, limpiaba afanosamente el patio de glicinas y naranjos, casi suspendida sobre las baldosas amarillas y envuelta en perfume de jabón y vapores de lavandina: alegre, amante, casi religiosamente obsesa por el bienestar de todos, correteaba de un lado a otro, afanosamente pura, delicadamente ocupada en que la casa estuviera reluciente, tersa como su propia piel suave y joven. Yo -desde algún lugar- observaba la exquisita belleza de su cuerpo que no conocía de descansos. Puedo decir, sin temor a equívocos, que era la más bella mujer que había visto jamás. Con una sonrisa, siempre escondiendo su dolor, irradiaba dulzura y delicadeza a toda hora. A los ojos de un niño era como un geniecillo juguetón y protector... Aún cuando no tiene el vigor de aquellos años, todavía hoy es el alma de la casa. Cincuenta años después de haberla conocido, puedo decir que es la mujer más extraordinaria que ha pasado por mi vida. Y que su pasión por los jazmines y la casa siguen intactas. Creo saber por qué: esta es la casa donde moro y también soy fanático de los jazmines. En fin, que hoy es el cumpleaños de ella, mi madre, y tenía ganas de elucidar recuerdos. 


© Juan José Mestre